lunes, 4 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Primer recuerdo


 "Los recuerdos cuentan nuestra vida en un desorden cronológico"


Era miércoles, la noche que soñé con el fin del mundo, ante mis los planetas se precipitaron contra la nada. Abrí los ojos y me lleve las manos al pecho, nada, ni un latido, seguía muerto.
Tenía unos 125 años cuando conocí a Lurel. Ella era una vampiresa que había recorrido el viejo continente durante más de seis siglos. Yo era un joven aprendiz de la noche. Su mirada violeta me hechizó en el primer instante en que se fijó en mi. A diferencia del resto de nuestra especie, no sentíamos placer matando.
Nuestro fortuito primer encuentro, sucedió una noche de primavera, ella sostenía entre sus brazos una débil muchacha que sollozaba con su ultimo aliento. Fue la primera vez que la vi llorar mientras se alimentaba. Soltó la presa y se arrodillo avergonzada en una esquina del oscuro y maloliente callejón. Me acerque lentamente y levante a la mujer. La apoye contra mi pecho y le di el ultimo sorbo. Lurel supo entonces que compartíamos la misma aflicción.
Pues en mi larga existencia, siempre he derramado una lagrima por cada gota de sangre robada.
La vida en Edimburgo era bastante tranquila. Al caer la noche salíamos a pasear hasta el linde del río, donde las luces de la ciudad se reflejaban como luciérnagas. Allí compartíamos vivencias, anhelos y un poco de licor durante horas, hasta que se nos abría el apetito. Aunque yo con bien poco me llenaba, no era uno de esos vampiros rechonchos, que se pasaban la noche engullendo presa tras presa. Más bien era un ser menudo de pómulos acentuados y pelo algo revuelto.
Eso era lo que decía Lurel, ya que como sabréis los vampiros no nos reflejamos en los espejos, lo cual complicaba el formarse una idea clara sobre uno mismo.
Nuestro manjar favorito eran los jóvenes bobalicones que se escurrían de sus hogares al amparo de la negra noche, en busca de mujeres de mal vivir. Una pizca de arrogancia, una pizca de inexperiencia, una pizca de lujuria; una sangre sabrosisima.
Luego retornábamos a la colina, al castillo de Lurel, donde nos abrazábamos lo que restaba de noche, hasta que el sueño se apoderaba de nosotros con la llegada del alba.
Hasta el miércoles, el día del fin del mundo. Rodeado por una familia y unos amigos que nunca había conocido, presencie como la creación se desvanecía ante nosotros, seres felices y orgullosos de contemplar un acontecimiento tan importante. Cuando la nada nos cubrió, desperté sobresaltado.
Lurel clavo su mirada violácea en mi. 
Aunque no pude decírselo, por una razón que aun no entendía, nunca fui capaz de contarle lo que había soñado.
Esa noche junto al río, todo cambio. Un vació luchaba por descubrir el muro invisible que crecía entre nosotros. Las horas se sucedían en silencio mortal. Nuestras miradas se rehusaban con una desconfianza que se nos antojaba extraña.
Como llamada divina a postergar tan amargo momento, un gigantesco barco volador surgió del cielo ante nosotros. Se poso sobre el agua, y en pocos minutos de el emergió un hombre de altura desmesurada con forma de árbol. Sus brazos eran largos y delgados como ramas y sus dedos afilados como cuchillos. El ojo derecho se escondía bajo una venda de retal de algún harapo desechado. Se presento como Ecidio, Capitán del Mundo de las ideas, llamo así a su barco pues le encantaba como sonaba esa frase. 
Venía en busca de Lurel, pues afirmaba que procedía de un mundo en donde los barcos volaban, las princesas se casaban con dragones y los vampiros lloraban.
Sin embargo el malvado hermano de Lurel, había corrompido la raza y ahora los vampiros eran bestias feroces que arrasaban con todo lo que había a su paso.
Todo esto acabo con la armonía de su mundo, dando lugar a la aparición de todo tipo de seres deleznables, como los caballeros, que erradicaban a los dragones y desposaban a las princesas para forzarlas en la noche de bodas.
Los capitanes de aviones que surcaban los mares, miraban con envidia a los que viajaban libres por el cielo, y desde entonces los derriban sin mediar palabra.
Era por ello que Lurel, su princesa exiliada, era su ultima esperanza.
Ella nunca me hablo de un mundo así, pero pude apreciar en su gesto como en ese momento lo veía morir.
Esa fue la primera vez que oí hablar del Imaginarium, el día que soñé el fin del mundo.

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