miércoles, 28 de septiembre de 2011

Regalos

"A veces llega un momento, en que te haces viejo de repente, 
sin arrugas en la frente, pero con ganas de morir."
La Senda del Tiempo (Celtas Cortos, Gente Impresentable, 1990)


Le pesaban los años, los huesos parecian arder. La respiracion entrecortada, momentaneamente alterada por pequeñas tandas de toses y esputos. 
La mirada cansada, el lento caminar arrastrando los pies, como el preso que arrastra una bola de hierro.
Era un viejo de apenas veinte años. 
Todo su cuerpo se había rebelado contra él. 
En su interior una célula maligna atacaba uno por uno todos los órganos que encontraba a su paso, extendiendo su alargada sombra y robando su vitalidad.
El largo devenir entre los pasillos del hospital era la única manera de mantener la mente en blanco. 
Arrastraba las zapatillas en cada paso, con pesadez, mientras dejaba que la mente viajara a un momento más agradable de su vida, antes de que la enfermedad se cebase en él.
Sin embargo nunca había gozado de una buena vida. Tan solo atesoraba la forma ondulada de sus cabellos, heredado de una madre que murió al traerlo al mundo.
Tal vez debido a eso creció tan debil.

Su esperanza de vida menguaba con cada nueva sesión de quimioterapia, con cada pelo perdido en el lavabo, borrando del espejo el reflejo del único y más valioso de los regalos de su madre.

El único momento puro de su vida, antes de que se le partiera el corazón a la temprana edad de 9 años.

Ya no recuerda su nombre, solo que olía a vainilla, era la chica más bonita de la clase, todos los demás niños estaban prendados de ella.
Se sentía la persona más afortunada del mundo de poder decir que ella era su novia.
Aunque no entendiese del todo bien porque había sido el elegido. 
El hecho de que su padre tuviera un puesto de helados no parecía ser un motivo en su inocente mente.

El latigazo que destrozo su costado, al ver como besaba en los labios, al que era su mejor amigo, el atleta de la clase, a continuación de que le entregase una magdalena echa por su madre la repostera.
La mayor de las traiciones, dos de las personas que más quería, conspirando contra él.
Los corazones son como los motores de los coches, es demasiado costoso y laborioso repararlos, pero a base de parches se convierte en una tarea posible.
Por desgracia el suyo aún no se había formado del todo, 
por lo que fue imposible la reconstrucción.
Es más, todavía hoy cree que ese fue el origen del virus malvado, 
que amenaza con apagar su cuerpo.
¿Como la persona que más felicidad le proporcionaba había sido capaz
 de arrancarle las entraños de ese modo quirúrgico y frío?
Tras más de seis meses luchando, 
y coincidiendo con la caída del ultimo de los ondulados cabellos, se rindió.

Tomo la más difícil y sensata de las decisiones, 
aunque le había llevado una década tomarla, 
no podía vivir sin corazón.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Aún no te he dicho adios.




Apenas han pasado unos días desde mi último cumpleaños. Sin diferencia el más triste de todos.
Es el primero que te pierdes. No sé si donde estas recibes correo, aunque me gusta pensar que lees lo que escribo por encima de mi hombro con tu mirada vidriosa.
Dicen que el tiempo todo lo cura, aunque nadie te dice cuanto.
Ni si nuestra vida será tan longeva como para cumplirlo.
A veces el dolor es menor que el de un pequeño rasguño en un brazo, las menos.
 Por lo general el dolor físico más parecido seria el de arrancarse uno mismo el corazón y pasar la eternidad contemplándolo en el suelo, envuelto en un charco de sangre, como se detiene para siempre.
Nunca me gustó pensar mucho en la muerte, su sola mención era una invitación para que el más helado de los escalofríos recorriese todo mi cuerpo.
Sin embargo como nunca llueve a gusto de todos, me he visto en la situación de tenerla presente de continuo.
Desayuno muerte, como muerte y ceno muerte. Bueno a ti no te puedo engañar sabes que soy un glotón, también la meriendo.
Tras muchas dilucidaciones, y como tantos seres pensantes antes que yo, no he llegado a ninguna conclusión.
Excepto que apesta.
Cuando nacemos nos reparten unas cartas, y para desgracia de algunos son bajas y ni siquiera son del pinte.
Otros si embargo nacen con todos los triunfos.
Cuando me enseñaste a jugar al tute a menudo me reñías por tirar las cartas si no me gustaban, me decías que nunca se daba una partida por perdida, que todo se podía ganar, e hice de ello mi estilo de vida.
Pero ahora me pregunto de que sirve cuando la baraja se cierra y se termina la partida.
Que importan 120 puntos o ninguno.
Por eso aún no te he dicho adiós, porque no lo entiendo. Porque aunque me lo explicaran con el encerado más grande del mundo y por más formulas utilizasen, al despejar la x me seguiría saliendo cero.
Por el día me acojo a lo que me dijeron que era correcto, a tus enseñanzas, a tu modo de vida, aunque por las noches me encaro al cielo y en un grito desesperado y sin sentido y contra toda tu voluntad pido respuestas a mis males con la misma falta de razón que el que arrastra con triunfos bajos en busca de los ases y los treses, sin pensar en el compañero que los guarda paciente para ayudarnos a ganar la partida.
No creo que me sirvieran de mucho tus consejos en el tute, y dudo de si seré capaz de continuar con el modelo que marcaste, pues son tantas las dudas que me asaltan y no estas para resolvérmelas.
Busco ayuda en el reloj, rezo por que cuando el segundero haya condenado otra fracción de minuto al olvido, las respuestas me surjan.
Deseo tanto que el tiempo cure el dolor.
Aunque a veces no es suficiente. Con desearlo no basta, quizás deba desistir en buscar las respuestas en un tapiz divino y empezar por algo más mundano como puedo ser yo.
Y es por eso también que no te he dicho adiós, porque si algún día encuentro una de las respuestas, será el día en que volvamos a vernos, en que te rías de esta carta, en que nos sentemos, y de nuevo, repartamos las baraja y veamos que pasa.
Ese día tan solo espero un abrazo y decirte que te hecho tanto de menos.

martes, 19 de julio de 2011

Mi historia perfecta.

"Porque contigo es otra historia, una historia perfecta" escribió ella en el papel.






Nunca me he considerado un buen escritor. Carezco de las cualidades mínimas exigidas a cualquier valiente literato, convencido de llenar un folio en blanco de palabras conexas capaces de estructurar una historia y dejarla viajar sobre la conjunción de sus frases como si de una carretera se tratase.
Sin embargo, a menudo me vi forzado a expresar mis sentimientos, ocultos en breves relatos y enmascarados bajo falsos argumentos de ficción.
De esta forma, mi cuerpo incapaz de contener toda sus emociones, las dejaba volar al papel y las vestía de palabras liberándose de tan pesada carga.
Si he de ser sincero, y como buen narrador por el bien del lector expectante, debería serlo, no recuerdo cómo empecé a compartir mis escritos.
Pese a mi apariencia desenfadada y mi frecuente ataque de verborrea, en mi interior soy uno igual que el resto, temeroso del juicio de los demás.
Así que no sé cómo conseguí mostrar mis primeros relatos y posteriormente obtener este trabajo de columnista.
No quiero confundir al vivaz lector, sé cómo todo se desarrolló, sin embargo no recuerdo el momento exacto, puedo decir que cuando ella irrumpió en mi vida, ésta no volvió a ser igual y aun así no puedo decir que ella cambiara nada.
La gente que como yo esté acostumbrada a mudarse con frecuencia, ya sabrá que en muchas casas bajo la pintura hay más pintura, y a veces hay que escarbar muchas capas hasta encontrar el color original.
A ella no le costó nada, entró como el viento por la mañana, y se llevó consigo todas las capas, dejando a la vista el color original.
Una tonalidad carne representativa de mi absoluta desnudez ante su mirada, pero no se trata de un nudismo tímido ocultando mis partes tras una hoja de laurel, os hablo de un nudismo orgulloso de las imperfecciones con las que fue cincelado su cuerpo, pues bajo la suave caricia de la persona amada, qué importan las miradas reprochantes y juiciosas.
A través de sus ojos descubrí una parte de mí que me gustaba. Bajo su atenta mirada, me convertí en la clase de persona que siempre había querido ser, llegué al máximo de potencial y sin más ayuda que el hechizo de su sonrisa.
No voy a entrar a valorar ahora todas sus cualidades pues me podría llevar una vida, y sería en balde, pues aún así el lector sería incapaz de hacerse una mínima idea de su valor real.
Pues mi amor por el sentimiento escrito reconoce que en determinadas ocasiones el poder de la palabra enmudece ante la magnitud de contadas personas incapaces de ser contenidas en un único relato.
Es por ello que nunca escribo sobre ella, y sin embargo su esencia está en todos mis relatos, cada minúscula porción de su ser, es la luz que guía mis historias por el entramado mar de la complejidad de la literatura.
Si no fuera por ella, a duras penas sobreviviría en un mundo sin límites, forjado por la fuerza de la tinta al golpear el blanco papel.
Es por ello, que más allá de la imaginación compartimos una vida que tal día como hoy hace ya un tiempo iniciamos, y la celebración no nace del tiempo compartido sino del tiempo, que asomando en el horizonte, nos dice que aún nos queda una vida entera que compartir.
El secreto de porqué un día me convertí en una persona capaz de transmitir mis historias y llegar a otras personas, se oculta en el día en que cesamos nuestro intento de escribir  nuestras vidas por separado y, decidimos uno junto al otro, escribir un relato mejor.
Así que no tengo certeza de ser un buen escritor, no tengo el alma de cocinero, no poseo la paciencia necesaria para dominar el arte del fuego lento e incluso dudo de si sabré poner el corazón en la masa, pero en verdad no es cosa que me importe, ya no sueño con narrar la historia perfecta ahora me conformo con vivirla.

lunes, 27 de junio de 2011

Caos


Es difícil arrebatar a un hombre todos sus sueños. 
Aunque no imposible. 
Mi mente no recuerda todos los detalles. 
Sólo la sensación de pesadez en el cuerpo. 
La respiración dificultosa, golpeándole el pecho. 
Primero, los temblores, después, los ataques de ansiedad.
Cómo había cambiado irremediablemente su vida. 
El rostro perfectamente ornamentado, con la más grande de las sonrisas. 
No confundir con una dentadura perfecta, en ese sentido el hacedor universal también se había vejado con sus dientes, otorgándole un diamante en polvo para un ortodoncista ambicioso. 
Sin embargo, la felicidad no era un estado reservado simplemente para los más agraciados físicamente. Es más, en otro tiempo, se atrevería a afirmar que el alcanzar todos los ideales que se había fijado, le habían conferido un halo de plena alegría.
Pero como todo en esta vida es caos, por más que nos engañemos en llamarlo causa y efecto. 
Es una mano caótica la que rige nuestras vidas.
Si una persona es feliz, y su vida es plena, diríamos que esa es la causa,pero, ¿Cómo el efecto puede ser la pérdida del trabajo que le hacía tan feliz?
Caos, puro y duro, derribando los cimientos de todo cuanto le era querido, sin lógica, sin sentido, pero claro, el caos no lo necesita.
Golpe tras golpe, el halo de felicidad fue derrocado y reemplazado por un alma pesumbrosa y desgastada, incapaz de luchar por todo en lo que creía.
Y eso, lo hizo muy infeliz. 
No recuerda cómo perdió el orden de su vida, pero sí recuerda la sensación.
La lleva grabada en el pecho, con el fuego de la desazón. Un joven envejecido por el devenir de los acontecimientos.
La garganta se le agarrota por el grito acallado entre sus imperfectos dientes.
No podría decir si su decisión fue racional, aunque en un mundo caótico, ¿quién podría?
Cuando llegó al ultimo piso, la altura no le parecia tan desorbitada, según se acortaba la distancia con el suelo, sintió de nuevo cómo el aire inundaba sus pulmones, con aire renovado.
Cuando cerró los ojos deseó que la próxima vida fuese mejor que ésta.

lunes, 13 de junio de 2011

¿Indignados?, no. Indignados es poco.


El código de barras le escocía en la nuca.
Durante los últimos tres siglos, a la edad de 9 años, todos los niños recibían su tatuaje. 
Un código cifrado único e irrepetible, que les brindaba la oportunidad de pasar a formar parte del Sistema.
Su padre lloró más que él, hace tres días, cuando se lo pusieron.
Ahora, a su pesar, ya formaba parte de un mundo consumido por las grandes empresas.
Eliminados los salarios, la protección del menor frente al trabajo, incluso las jubilaciones.
Antes se jugueteaba con la idea de la jubilación como si de una metáfora de la muerte se tratara.
En este tiempo la metáfora es real, un hombre no abandona su trabajo hasta que su vida le abandona a él.
Por tanto queda patente que la tasa de la mortalidad laboral tampoco es ya una preocupación en el siglo XXIV.
Al igual que la sanidad pública había desaparecido, la propiedad privada era exclusiva de los magnates de las grandes compañias.
Su padre lloró cuando lo marcaron. Era el último ilustrado de entre los clasificados, nombre que recibía la clase baja de esta sociedad, aludiendo al sello en forma de tatuaje que todos poseían en la nuca.
Los clasificados eran ignorantes por definición; la escuela pública también estaba extinta. Sin embargo su padre, miembro de una familia de magnates, había tenido acceso a una sólida educación.
Más de la que el Sistema hubiese gustado enseñarle.
No fue fácil para éste detectar a todos los profesores subversivos que, bajo el radar opresivo de los magnates, filtraban puntos negros de la historia, así como ideales filosóficos poco apropiados en un mundo reprimido por el poder.
Durante más de tres siglos, familias de maestros que transmitían sus enseñanzas de padres a hijos para que la verdad no fuera sepultada bajo la censura, educaban a aquellos miembros de la alta sociedad que, por sus excepcionales muestras de empatía, formaban parte de un perfil único y esperanzador para una futura revuelta.
Era un proceso laborioso y no eran optimistas, pues sería necesario ver pasar muchas generaciones hasta que la guerrilla fuese lo suficientemente grande como para enfrentarse al Sistema.
El 26 de mayo de 2367, en la denominada Revolución de las Tizas rotas, el ejército tomó una vez más las ciudades y exterminó una subversión iniciada por su propio padre.
El cual logró escapar con vida, aunque no tubo más remedio que refugiarse entre los clasificados, adoptando su modo de no vida. Marcado con su propio código.
La revolución fue, desde su punto de vista, consecuencia lógica de la cadena de acontecimientos que se produjeron.
Los maestros, que iniciaron la labor de adoctrinamiento tiempo atrás, nunca hubieran estado de acuerdo en llevarla a cabo tan pronto y con tan pocos efectivos.
Pero el número 3245671023124-86, su nombre se borró de la historia, no pudo soportar la verdad.
Cuando le abrieron los ojos a un mundo de corrupción política, de guerras en nombre de la paz con fines económicos, un lugar donde las mujeres morían mutiladas bajo la ira de sus ex-parejas, un sitio subyugado al poder de los bancos. Cuando conoció la verdad de un pueblo aletargado y dormido por la telebasura, resignado y vencido antes de presentar combate. Un pueblo que rechazaba veinte siglos de evolución, y bajo algunos lemas pesimistas, "es lo que hay" , "no se puede hacer nada", "nosotros qué podemos hacer", se habían rendido ante los poderosos y les habían entregado el control de sus vidas.
Precariedad laboral, impuestos ofensivos, aumento indecente de la separación de clases.
"Pobres tontos" pensaba, dormidos, derrotados, incapaces de alzar la voz y pedir lo que por derecho es suyo. Le ardió la sangre.
Cuando vió cómo una pequeña parte de la población se empezó a reunir harta de tanto atropello, cuando se reunieron en las plazas de las ciudades más importantes del mundo para exigir un mundo mejor, hizo sus ideales suyos.
Estos movimientos fueron decisivos en su historia reciente, el pueblo más soberano que nunca, se alzo por sus derechos y hubieran cambiado la sociedad tal y como se conocía, si los magnates, entonces presidentes de gobierno, directores de multinacionales y bancos, no se hubiesen reunido para enviar el ejército contra su propio pueblo.
Sin piedad, llovieron balas y las plazas se limpiaron con sangre.
Mujeres, niños, ancianos, el último y tal vez único momento de igualdad real, todos acribillados por sus ideales.
Si tan solo el ejército hubiese tardado un mes o dos más en actuar, otra historia hubiera sido escrita. Pero los pillaron por sorpresa, no estaban preparados para una guerra, aún no.
El hombre cuyo nombre se olvidó, creyó que podría cambiarlo todo, se equivocó.
Gasta hasta la última moneda de su inmensa fortuna en crear un ejército internacional de mercenarios con el que derrocar al Sistema. 
Fue un error que aún hoy lamenta, el Sistema era demasiado poderoso, para erradicarlo con un ejército exclusivamente.
Necesitaba despertar al pueblo, mucho más dormido que tres siglos antes.
Cuando le entregaron la notificación de que su hijo no había sobrevivido a su primera semana de trabajo, volvió a llorar.
Tan sólo era un niño de nueve años, su cuerpo todavía no estaba formado para soportar reiterados golpes en las costillas de manos de su capataz.
Cuando llegó a la enfermeria aún respiraba, pero una costilla le había perforado el pulmón, por lo que durante nueve horas sólo pudo llorar preguntando si su padre llegaría pronto.
No pararon la hemorragia a tiempo, nadie lo intentó, los clasificados no tenían ningún tipo de derecho médico.
Nacían y morían y a nadie más que ellos parecía importarle.
El sistema no tenía alma.
El padre, siempre consciente de su error, recordó cómo la primera revuelta popular se originó por un escritor de la extinta nación de Francia, Stéphane Hessel, que al grito de ¡Indignaos! recordó a los jóvenes los logros de la mitad del siglo XX en materia de Derechos humanos.
Tomó papel y boli, y con pulso firme y decisión escribió:
¿Indignados?, no. Indignados es poco.



jueves, 19 de mayo de 2011

El olor del recuerdo

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges (1899-1986)
 
 
 
Me sorprendí oliéndote la ropa.
Como en las últimas décadas, hoy, bajaste a comprar lo necesario para el almuerzo, y yo, quedé encargado de ventilar la habitación, recoger la ropa y hacer la cama.
Y hoy, como tantas veces antes, me entretuve en la tarea de la recogida de ropa.
Cada prenda desprende un olor único y personal. No voy a entrar a discutir ahora de donde nace la evocación que me producen dichas prendas, pues ya desistí a pelear por lo que para mí es un llamado de la naturaleza y para ti solo una cuestión de suavizantes. No recuerdo cuando adquirí este hábito, sin embargo recuerdo que llevo una vida haciéndolo. Al principio creía que se me pasaría, pero con los años me di cuenta que solo era otra manera más de tenerte a mi lado siempre. Y eso teniendo en cuenta que mi mente doblegada por los achaques de la edad ya no es lo que era.
Salta en el tiempo con violencia, alterando el orden y el propósito de mis recuerdos.
A veces me olvido si te cogí de la mano y te besé en la mejilla, o si por el contrario fue al revés. En otras ocasiones, creo que tú te acercaste a entablar conversación primero, cuando por otro lado recuerdo, como llorabas el día de la boda de nuestro hijo cuando conté como me presente ante ti.
La memoria me traiciona y convierte lo que fue en lo que pudo haber sido.
Ni siquiera sé a ciencia cierta si en verdad alguna vez fui escritor, o simplemente tú me convenciste de ello.
Solo sé lo que ni la mente borra, que en verdad estuviste junto a mí todo el tiempo, que me quisiste por tantos años como yo a ti.
Que aún hoy, se me ponen los pelos de punta y algo se retuerce en mi estomago, cuando me pasas la mano despacio por el cabello con tanto cariño.
Que se me siguen inundando los ojos cuando me susurras te quiero.
¿Y todo esto fruto del suavizante? ¡No, yo no lo creo!
La enfermera regresa a la habitación.
En momentos como este es mejor abandonar la escena y observarla desde la distancia como un narrador omnisciente.
La mano temblorosa del anciano, sujeta un viejo jersey de lana de colores, la enfermera lo mira preocupada, en su rostro no hay indicio alguno que muestre que se acuerda de ella.
Se le encoge el corazón con cada paciente de alzheimer.
Cuando la llama, no pronuncia su nombre, por el dolor en su tono, tal vez sea el de su mujer.
Hace diez años que murió, tantos como se le prolonga esta enfermedad.
Sus hijos tienen la esperanza de que solo sea sicosomática, aunque la pequeña empieza a perder la esperanza.
Cuando descubre que no es su mujer que vuelve de la compra, sino la enfermera del asilo con su medicación, estalla violentamente.
Gritos, llantos, golpea con ira todo cuanto hay en la habitación. Los ojos fuera de su orbita. En su rostro toda una vida de pesar.
Dos jóvenes celadores lo sujetan con fuerza, y lo arrastran hasta la cama, donde el médico le inyecta una sustancia que lo relaja, sumiéndole en un estado de semiinconsciencia.
Vuelve a ser joven y pasean de la mano.
El narrador, convertido en proyección astral, abandona su cómoda posición y vuelve a introducirse en su pecho, dejando que cada uno de los sentimientos ahí latentes se apodere en primera persona de su discurso.
A veces la mente me juega malas pasadas, seguida de pequeños momentos de lucidez. Recuerdo el día en que la tomé de la mano, diez años atrás en el hospital, y me despedí de ella.
Aquejada de un cáncer de riñón, en un estadio avanzado, albergaba la esperanza de una operación para extirparlo, aunque las posibilidades de que su débil corazón sobreviviera aun cuando la operación fuera un éxito, eran muy remotas.
La miré a los ojos y le dije que la había querido todos estos años como el primero, con la misma pasión, con la misma intensidad. Le besé suavemente en los labios y le di las gracias, por cada minuto compartido, por hacerme el hombre más feliz del mundo, y por convertirme en padre primero, y en abuelo después.
Enjuagué la primera de un millón de lágrimas posteriores, para escuchar las que a posteriori, serían sus ultimas palabras.

-No se dan las gracias por eso cariño. Yo también te he querido todos estos años de la misma manera, te lo dije una vez y lo cumplimos, contigo fue una historia distinta, una historia perfecta.

Tengo pocos momentos de lucidez, pero en ellos puedo evocar su recuerdo completo, su rostro, su mirada, su manera de ser, y aunque la medicina no lo pueda demostrar, en mis pensamientos estaba mi ser, y si ahora no me funciona muy bien la cabeza, no es porque sea un viejo senil que deba ser tratado como un niño, sino porque una vez fui un hombre y amé, y cuando mi amor se fue, partió con el.
Y ahora no me funciona muy bien la memoria. Lo que me recuerda que ya me he distraído. Esta a punto de llegar de la compra y ni siquiera he doblado toda la ropa y la cama esta sin hacer.

lunes, 16 de mayo de 2011

Reflejos

El alma descansa cuando echa sus lágrimas; y el dolor se satisface con su llanto.
Ovidio (43 AC-17) Poeta latino.



Sabía que en cuanto rompiese a llorar, no habría vuelta atrás. 
Los demonios abandonarían el confort del rincón de su mente, en el que creyó esconderlos, y le atormentarían ya hasta el último de sus días. 
Nunca se había considerado una persona especialmente dura, más bien era asustadiza y cobarde. Sin embargo, en el mismo instante que la vida, como siempre gusta de hacer cuando más vulnerables somos, le derribó todos los cimientos sobre los que había construido su futuro, un valor desconocido hasta entonces, para su sorpresa, inundó su cuerpo de una fuerza de contención sobrehumana.
Parecía como si todo el mal que hubiera en el mundo pudiera agitarlo en forma de violento tornado, y ser repelido sin mellar en él ni tan siquiera en forma de diminuta cicatriz.
Con sus sentimientos resguardados en una coraza invisible, salió a la calle, protegido contra las inclemencias del destino, como si la vida ya no le fuera en ello. 
No fue un viaje largo, y a diferencia de otros viajes, ni siquiera fue instructivo. 
Aunque si que realizó un hallazgo. 
Fue un acción extraña, sin ningún atributo digno de mención más allá del efecto causado, del sentimiento provocado. 
La imagen no es ajena al grueso de la población, un niño en una tarde de verano jugando a la peonza en el medio de la calle. 
El niño combina un exceso de fuerza en el lanzamiento con una errónea posición de la muñeca, como resultado la peonza sale en la dirección incorrecta, y muere bajo las ruedas de una Berlingo que en ese momento cruza la vía.
La mirada acuosa del niño tras la perdida del objeto tan querido, no le es tan extraña como quisiera.
Vuelve la vista al escaparate a su izquierda buscando en el  reflejo la fisura de su coraza. 
Siente con dolor como se le humedece la mejilla. 
En el cristal no encuentra su reflejo, sino el del mundo entero.
Cada vida herida por una pérdida se le muestra ante sí, como una herida abierta incapaz de ser cerrada. 
Las millones de almas se introducen en su interior mostrando todo el dolor de la creación.
Perdidas, abandonos, muertes prematuras, traiciones, todas y cada una de las armas forjadas en nuestro interior capaces de segar las almas y corazones de aquellos que se atreven a exponerlos.
Durante ese segundo que bien pudo ser una eternidad, entendió el sentido de la vida y sonrió.
Dejó que todas las lágrimas de los espectros reflejados brotaran desde su interior.
Lavó con su llanto los pesares del mundo, y aunque una vez que rompió a llorar ya fue incapaz de detenerse, nunca más sintió dolor.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Café, ¿sólo?


Tan solo oír su nombre le producía un cosquilleo desde los dedos de los pies hasta la coronilla.
Lo conocía desde al menos un lustro. 
Siempre había sido amable con ella. 
Le servia diariamente su café con tostada al gusto. La rebanada de pan de molde a medio tostar con una cucharadita de mermelada de albaricoque perfectamente extendida, cubriendo todo el dorso. El café con leche desnatada, del tiempo, y corto de café, con un sobre de sacarina. Nunca la miraba directamente a los ojos, aunque siempre le dedicaba la mejor de sus sonrisas.
En secreto desearía tomarla de la mano y dispensarle todos los cuidados que le pudiera demandar. Sin embargo, siempre había sido un chico muy tímido, lleno de complejos y totalmente ajeno a la impresión favorable que su gran atractivo físico provocaba en las mujeres. A causa de esto se había convertido en un ser muy introvertido con serios problemas para relacionarse con otras personas, especialmente del sexo contrario.
 Para su desgracia su miembro viril era un ente descomunal con vida propia de un grosor extraordinario. Sus primeras relaciones sexuales no acabaron de una manera satisfactoria. Los gritos de la chica, que ignoro desinhibido a causa del frenesí, fueron el preludio de una situación bastante incomoda ante los padres de esta y posteriormente de la policía. Aunque de algún modo que el desconocía, su familia se había ocupado de que no fuera el caso a mayores, pues eran bastante influyentes en círculos muy poderosos.
Años más tarde cuando su madre se lo reprochó y lo llamó sucio cerdo, abandonó el hogar familiar y partió en busca de un futuro mejor, lo que irónicamente le llevo hasta la cafetería en la que aún trabaja.
Rose también lo deseaba en secreto, aunque nunca haría nada que pudiese poner en peligro un matrimonio de 22 años de duración bendecido con dos preciosas hijas. Era muy joven cuando conoció a su marido, un muchacho pelirrojo de una extrema delgadez, que fabricaba barcos en un astillero. Tan solo dos años después, al cumplir la mayoría de edad tuvieron a su primogénita.
Aunque la sonrisa que cada día le dedicaba Bernard le producía un hormigueo en el estomago que ya no creía recordar.
Aun hoy, se estremece al ver su sonrisa, aunque fuera desde el escaparate de la cafetería. Se sigue culpando por la fatídica noche en que la lluvia la sorprendió sin paraguas y se internó en el café a resguardarse del tiempo.
La blusa transparentada, mostrando los perfectos senos embutidos en un sujetador negro de encaje. La respiración acelerada, el creía que jadeaba de placer. Nunca le perdonó, pero nunca lo acusó, pues en su interior nunca fue capaz de entender que ella no lo había provocado.
Las medias rotas, la sangre en su labio, tal vez la había abofeteado, pero no lo recordaba, estaba mareada. En cuanto regresó a la calle vomitó todo lo que había comido. Le dolía tan adentro de sus entrañas, que temía caer al suelo y no poder levantarse.
Sus manos la apretaban el cuello privándola del aire, no podía apartar la vista de la comisura de sus labios, donde se formaba un hilillo de babas. El aliento adulterado por el alcohol y el tabaco, un hedor más espantoso que una bañera de sudor.
Durante todo el trayecto a casa, y en los años siguientes, nunca llegó a entender que convirtió a un ser tan amable, en la mayor de las bestias.

lunes, 2 de mayo de 2011

Los justos

"Armados con la palabra, y protegidos por la bondad de sus almas,emprendieron una guerra espiritual contra todos aquellos que clamaban al cielo, con la mirada ensangrentada, el triunfo de la venganza." 







El mundo era un lugar complicado, enfrentado en una guerra ideológica ancestral más antigua que sus combatientes, incluso que los tatarabuelos de estos ,aunque ellos también habían luchado en ella. 
Con su ultimo aliento tomó papel y tinta y escribió lo que fueron sus últimos pensamientos.
Cuando ciegos y llenos de odio asistimos impasibles ante la violación de la libertad de otro ser humano, desprovisto de sus derechos más esenciales, no somos más que medievos supersticiosos temerosos de un dios que en el vagar eterno de su existencia inmortal nos ha abandonado.
No existe por tanto una justicia divina, por encima de la justicia humana, por la que llegado el momento debamos obviar y regresar a nuestras más primigenias raíces, esas que unían nuestros destinos al de las bestias.
Animales heridos y rabiosos, que pagan con odio e ira, más odio e ira, en una cadena de violencia que difícilmente encontrará su fin.
Es deber de los hombres justos tender la mano a aquel que ha errado su camino, y ubicar lo en el lugar que le corresponde, sin robarle la dignidad que le otorga su condición de humano y por tanto de mortal.
Si no valoramos la vida de aquellos que como nosotros respiran y caminan, difícilmente podremos posicionarnos por encima de ellos en, lo que hoy día es, una masturbación moral. 
Pagar a los bárbaros ,que desprecian la palabra y la silencian, con violencia, nunca terminará el problema.
Usemos la compresión y mostrémonos a nosotros mismos y al mundo que la dignidad esta en el respeto por los que nos rodean y hagámosles ver nuestro camino es el correcto, pues es un sendero de armonía y convivencia que todos podemos y debemos recorrer de la mano.
Y castiguemos al que decida sembrar discordia o herir a sus semejantes. Pero usando las herramientas que nuestros antepasados nos legaron.
Creo por encima de todo en una justicia libre e imparcial capaz de sopesar todas las pruebas y dar justa represalia.
No creo en la venganza, disfrazada de justicia, y esgrimida como espada por los hombres poderosos.
No creo en los corazones atravesados por tan ardiente filo.
No creo en aquellos que reciben laureles en nombre de la paz, mientras extienden la guerra por el mundo.
No creo, solo sueño,en que en algún lugar, aun siguen existiendo los justos.

viernes, 29 de abril de 2011

El abuelo José




El abuelo José, aunque nadie le llamaba así, me parecia la persona más fuerte del mundo. Sus robustos brazos, las manos callosas, rigidas, toda una vida de entrega a trabajar en el campo. Los pulmones encogidos, en los ojos cataratas , nublaban su vista, toda una vida de entrega en la minería. Sobre sus espaldas el peso de una familia, como otra cualquiera, dividida, enfrentada bajo los celos y la envidia, como en una Guerra Civil, hermano contra hermano. En sus ojos acuosos el reflejo de cada herida. Nunca fue hombre de muchas palabras, no las necesitaba, los que le conocemos, sabemos leer en su rostro.
La primera vez que lo vi, su presencia llenaba toda la habitación.
Me tomó entre sus brazos, y cesó mi llanto.
En mi vida me sentí más seguro que en ese breve momento.
Casí tres decadas después lo arropo en la cama con una vieja manta de lana. Enroscado en la cama en posición fetal, tan delicado, tan vencido por los años, la mirada inundada, el cansancio en su rostro.
Tan alejado el reflejo de la persona que un día, dejo innerte el más pequeño de sus dedos sobre un rail, mientras dos amigos mineros deslizaban una vagoneta cargada de carbón.
Un mes de baja y la ausencia de un dedo, le parecio un precio pequeño por pasar más tiempo en casa con su hija recien nacida, mi madre.
Sin duda era el hombre más fuerte del mundo, aunque ahora no lo pareciese.
Le dejé descansando, los parpados le pesaban, el  dolor en la espalda como mil agujas clavandose en su columna.
Tomé en mi mano la fesoria, que años atras habíamos fabricado juntos, y me adentré en la tierra labrada, donde con cuidado y cariño fui separando las malas yerbas de la cosecha. 
Así me enseño el abuelo José,aunque nadie le llamaba así, a vivir mi vida, sujetandola con firmeza entre mis manos, separando el mal que rodea a los mios para que puedan crecer fuertes y sanos.
La mayor de su fuerza nunca estubo en sus brazos, sino en su sabiduría,en lo que nos enseño, en el modo en que nos educó el abuelo José, aunque yo lo llamo Papa.

lunes, 25 de abril de 2011

Se llevó la música.



I

Puedo sentir sus risas. La sangre me nubla la vista. Pero los noto a mi alrededor, riéndose, golpeándome. Me gustaría salir de mi cuerpo y contemplar la escena desde arriba, indiferente. Cada golpe duele más que el anterior, me devuelve a la realidad. Solo soy un niño.
Ella es distinta. Su mirada azul , su olor a jazmín.
Me tiende la mano. Cuando todos se han ido, me ayuda a levantarme. 
Mi propio ángel de la guarda.
El sol le baña la espalda , convirtiendo sus rubios cabellos en oro bendito.
Su sonrisa me cura.

II


Odio mi trabajo. Llego a casa con las manos destrozadas. En otro tiempo, en otro lugar soñé con ser músico. Imaginaba como sería mi vida encima de un escenario, cuando mi música conectara con la gente y les hiciese olvidar sus miserables vidas. Ahora esa es mi vida, miserable.
Cada pared que derribo me hunde más, en un mundo frío. Las facturas me asfixian. No consigo más dinero. Al menos me da para pagar la cerveza.
Si tuviera mi música todo seria distinto. Ahora solo toco para ella. Su sonrisa me cura. Cuando nuestras manos se entrelazan siento fuego en mi interior. Ella lo es todo. Siempre a mi lado, nunca me ha abandonado. Nunca lo haría.
A veces me siento muy solo. Camino por calles vaciás, sintiendo el frío húmedo, sintiendo como se cala en los huesos y no se va.
La cerveza del bar esta caliente, su sabor se atraganta en mi garganta. Ella está feliz, ha perdido otro trabajo, pero sigue bailando. Puedo ver su sonrisa desde la barra, puedo verla dejarse ir, fundiéndose con la música.
Los demás también la miran. Odio a esos cerdos babosos. Desnudándola. Deseando recorrer su delicado cuerpo con sus sucias manos. A ella parece no importarle. Siento frío. Cierro los ojos, la sangre no me deja ver. Aun se ríen , aun puedo sentirlos reír.
Me cuesta pensar, no recuerdo que ha pasado tal vez empezara yo, tal vez fuera ella.
La busco desde el suelo, pero no puedo verla. Se ha ido. Me cuesta seguir consciente, pienso en su mirada, en lo suave de su pelo, en su sonrisa, maldición ardo por dentro.

III

El es mi amigo, el único. Siempre esta ahí cuando lo necesito. Cuando éramos más jóvenes nos gustaba colocarnos. Fumábamos petas a todas horas, bebíamos cervezas y nos reíamos.
La vida era sencilla. Ahora me duelen las costillas. Afuera hace frío. Estamos cansados la vida nos pesa. Apenas puedo sujetar el cigarrillo entre mis labios mientras veo la ciudad avanzar.
Ella me espera en casa, esta preocupada. No puedo oír sus gritos aún me zumban los oídos.
Veo como rompe el cuadro contra el suelo. Siempre le gustó esa foto, nos la hicimos en la playa.
Ahora esta cubierta de cristales rotos.
En la cama todo es distinto, cada vez que me toca desearía gritar. Ella me cura. Puedo verla sobre mi, como el sol entra por la ventana y le acaricia la espalda dorando sus cabellos.
En cada calada se consume, aún huele a jazmín aunque la flor está podrida.

IV

Me duelen las manos. Odio mi trabajo. Solo me siento vivo cuando fuerzo mi cuerpo. Me gusta sentir como mis brazos se tensan con el esfuerzo. No la siento llegar. El maquillaje corrido, la sonrisa borrada, sujeta fuertemente sus zapatos entre sus manos, como si soltarlos significara caerse.
Huele a culpa y decepción. Aparta su mirada rehusándome, mi corazón arde por dentro. Me cuesta mucho respirar. La odio con todas mis fuerzas, me quitó la música, me lo ha quitado todo. Sucia puta desearía verla arrastrarse, desearía oírla suplicar, desearía que la sangre no nublara su vista para que pudiera ver en que me ha convertido. Con cada golpe siento como se desvanece, maldita puta, ella me ha obligado.
Ya no huele a jazmín, su mano ya no me alcanza, ya no sonríe.

sábado, 23 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Último recuerdo.



El señor de las almas puso sus etéreas manos sobre nuestros hombros.
Tras vencer a Lureo no solo habíamos salvado el Imaginarium, también conseguimos preservar el destino. 
Le devolvimos al mundo la esperanza de un mañana mejor. Cada ser, hasta el más pequeño de todos, volvería a tener un importante papel en el tapiz de la vida. 
Por eso nuestro premio fue tan especial.
Volvimos a nacer.
Nos reunimos una ultima vez en el valle de la eterna luz, donde junto a Gavel, Ecido, Tareh, Tin, Tan y un redimido Lureo vimos llenos de gozo como los planetas se precipitaban al vacío de uno en uno.
El dia del fin del mundo, estuvimos todos juntos una ultima vez, nos abrazamos, sonreímos, era nuestro regalo.
Nunca le hable de mi sueño, sin embargo ese día lo vivimos juntos. Mire una ultima vez a Lurel, mientras la nada cubría todo lo que una vez existió. Me tomo de la mano con gran dulzura, y me sonrió.
La apreté fuertemente contra mi y la bese con ternura en los labios, como si fuera la primera vez, como si fuera la última.
El señor de las almas nos dio el regalo más valioso de la creación. Nos dio una nueva vida. Naceríamos y creceríamos juntos,pasase lo que pasase no nos separaríamos. 
Construiríamos nuestra vida uno junto al otro, desde el primer llanto hasta el ultimo suspiro.
Y siempre tendríamos una certeza, nuestro amor.




viernes, 22 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Décimo recuerdo.



Devolverle la razón a Lureo fue más fácil de lo que parecería en un principio.
Lurel salio en su búsqueda en el mismo momento en que obtuvo el recipiente que la contenía.
Con su olfato hiperdesarrollado no le costo mucho rastrear el olor de su hermano.
Nosotros ya nos encontrábamos en el lugar, tras una semana esperando noticias de Lurel, ya nos habíamos hecho a la idea de que tal vez no regresaría. Así que decidimos tomar cartas en el asunto y acabar con Lureo de una vez por todas. Aunque era más duro de lo qué pensábamos y pese a nuestros esfuerzos nos estaba dando para el pelo.
Lurel surgió tras nosotros envuelta en un halo de confianza. Se acerco hasta la posición de su hermano. Este había desatado un conjuro por el cual le sería arrebatado el destino a todo ser existente. Solo así, creía, podríamos ser liberados de la mayor de las cargas, la esperanza.
La esperanza de que mañana será mejor era la mayor trampa de la creación, pues era una promesa que nunca se cumplía y solo acarreaba más dolor y desdicha.
Las nubes eran de color rojo sangre, del cielo surgían rayos gigantescos que golpeaban con fiereza la tierra. Todo se desmoronaba. 
Lurel le tendió el frasco. Lureo miro desconfiado.

-¿Qué es esto?
-Algo que perdiste, tu razón.
-¿Me estas llamando loco?
-¿Loco? ¿Por convertirte en lo que destruyes al otorgarle a todo el mundo, 
paradójicamente, un único destino que no es más que la falta de este mismo?
¿Crees qué quitandole a la gente la carga de la esperanza le otorgas felicidad?
 Tal vez si seas un loco, aunque esa solo es la razón de un hombre falto de la misma, 
no necesariamente un loco.
-¿Qué propones?
-Toma este frasco recupera tu razón y juzga tu mismo 
si eres un hombre como tantos que en un momento de su vida perdió la razón y rectifica, 
o recupera la razón y destruye el destino como un loco. Pero se un hombre y razona.

Lureo tomo el frasco con delicadeza. Retiro el tapón y se lo llevo a la boca.
Recupero la razón al instante. No pudo retener la lagrima que recorrió su rostro arvegonzado.
Lurel estaba en lo cierto, solo había sido un pobre tonto que había perdido la razón, pero por ese pequeño despiste había causado mucho daño, y no sabía como lo iba a corregir.
Lurel como buena hermana lo abrazo y trato de consolarlo.

-Ya esta, se acabo, todo ha terminado.

jueves, 21 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Noveno recuerdo.





Ecido estaba especialmente nervioso, eran tiempos difíciles en el Imaginarium para los barcos voladores. Era un navegante de sobrada experiencia, pero la tarea era laboriosa hasta para el mejor de los capitanes del cielo.
El mundo de las ideas entro en el espacio aéreo del imaginarium al mismo instante que del mar nació una ola de proyectiles dispuestos a derribarnos. Tratándose del hogar de Lurel esperaba un recibimiento más caluroso, aunque también ese era el motivo de nuestra misión, arreglar todo ese entuerto. La concentración y el saber hacer de nuestro capitán conllevo un feliz aterrizaje sin daños mayores que lastimar. 
Era una noche muy oscura así que mis primeras impresiones deberían de esperar hasta la próxima noche.
El mundo de las ideas atracó en un valle, Ecido soltó el ancla y allí pasamos el día, suspendidos en el aire. Ese mismo día conocí a Gavel. Se nos acerco con dos enormes jarras rebosantes de sangre de cerdo y nos convido a sentarnos a la mesa junto a ellos para cenar. Todos parecían muy emocionados por nuestra presencia.
Esa noche corrió el licor y las canciones, aún había mucho trabajo que hacer, pero todos pensamos que una buena velada prepararía los corazones para la ardua tarea que nos aguardaba.
Esa noche Lurel y yo salimos a pasear por la cubierta. Me hablo de un tiempo anterior a todo, antes de convertirse en un engendro de la noche. Me contó que de niños, a ella y su hermano les encantaban los amaneceres. Se levantaban antes del primer rayo del sol y corrían a un pequeño lago que había junto a la casa en la que se criaron. Se sentaban allí con un trozo de pan recién amasado por su madre y contemplaban como el astro rey emergía en los cielos bañando todo a su paso con su luz celestial. Después se lanzaban al lago donde jugueteaban durante horas, nadando, zambulléndose, se sentían tan libres en el agua.
Por desgracia en la casa de al lado vivía un vampiro anciano que estaba bastante harto de que le despertasen con sus juegos, ya que él a esas horas dormía.
Una noche decidió escarmentarlos. Esa noche les robo la luz. Los convirtió en vampiros y les negó lo que más amaban en el mundo, el amanecer.

martes, 19 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Octavo recuerdo.





El viaje a la cueva de no retorno había sido un éxito, Lurel se había enfrentado al Caballero de la dulce voz, para liberar al dragón.
Fue un combate muy duro, en el que se sintió desfallecer varias veces, pues el caballero era un diestro espadachín acostumbrado al fragor de la batalla. Lurel tan solo era una muchacha más, aunque con la fuerza de diez hombres y una gran determinación. Compensaba sus carencias técnicas con un gran coraje. En sus débiles brazos se escondía un arma secreta, una fuerza inexplicable que corría por sus venas cuando estas más la necesitaban.
Los vanos intentos del caballero se encontraban una y otra vez con una resistencia más allá de toda compresión.
Lurel sonreía provocante. El caballero de la dulce voz lanzo un horripilante grito que helaría la sangre de cualquiera. Los ojos ensangrentados, fuera de sus cuencas, la respiración agitada, el pecho taladrado por un constante repique del corazón, como un ave atrapada que quiere volar.
Le había llevado al limite, ahora la espada se le antojaba tan pesada, como la armadura, que parecía haber perdido su brillo.
La dulce voz se convirtió en una voz ronca, que desearía maldecir en todas las lenguas existentes con todas las palabras posibles, pero el orgullo era tan grande como el dolor producido por reprimirlas. El caballero de la dulce voz se arrodilló en el suelo derrotado. Lurel acabo con su vida rápidamente, apenas escucho su cuello partirse entre los inquietantes jadeos del caballero.
El dragón agradecido le entrego el arma para derrotar a su hermano. Algo que un día perdió y no se acordó de buscar.
El dragón le entrego la razón de Lureo guardada en un pequeño bote de cristal.

lunes, 18 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Séptimo recuerdo.


A las pocas semanas de conocernos, a Lurel se le ocurrió que podíamos hacer un viaje.
Llevaba tiempo queriendo conocer el sur de Francia. Pasear a media noche por la Provenza, contemplar el mediterráneo con un vaso de sangre.
Nos alojamos en una pequeña casa de dos pisos, al sur de Antibes.
Fue lo más parecido a un hogar. Tras la cena nos sentábamos en el piso del salón, junto a la chimenea.
Allí prendíamos pequeñas ramas para mantener el fuego de la habitación.
Después embriagados por la conversación salíamos a pasear por el campo de espliego. Extraíamos la esencia liquida de la planta y la mezclábamos con la sangre, Lurel decía que le daba un sabor distinguido, aburguesado. Y se reía, llenando la habitación de vida con sus intermitentes carcajadas.
En todos los países en los que había estado, afirmaba no haber visto luna más redonda, ni noche más estrellada.
A menudo miraba las estrellas y se le tornaba el gesto. Su mirada se volvía más profunda, y parecía estar a años luz de allí. Me tomaba la mano con fuerza. Entrelazaba sus dedos entre los míos sin mirarme.
Esa noche fue la primera vez.
A veces siento como si me fuera a caer- dijo susurrando Lurel- Es como si toda la creación me atrapase y tirase fuerte de mi. Siempre creí que lo conseguiría, hasta que te conocí, sujetame con toda tus fuerzas, no dejes que me lleven. Alce la vista y me encontré de golpe con sus ojos violáceos.

-No te preocupes, seré tu ancla, nada podrá separarte
de mi mientras yo tenga brazos que tenderte.

Esa noche volvimos pronto a la casa. Nos acurrucamos junto la chimenea, y estuve dentro de ella y ella dentro de mí.
Nuestros cuerpos se fundieron en un ser , y ,de haberla tenido, nuestra alma se hubiera unido para siempre.