miércoles, 19 de diciembre de 2012

Entropía.

La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla.
Jorge Santayana (1863-1952)









Siempre me considere una persona que corría cuando tenia que luchar, 
y que luchaba cuando tenía que correr. 
Que se reía cuando debía llorar y que se emocionaba y lloraba cuando debía reír. 
No tuve una infancia fácil, tampoco difícil. 
Tuve una infancia como todos. 
Conocí el amor casi a la vez que el desamor. 
Sufríreí, me asuste, me divertí, mentí, consolétemí y ame. 

Conocedor de todo y fisicamente mermado. 
Durante 8 años mi vida fue una jubilación anticipada, bajo la creencia de una vida emocional satisfecha y terminada, en la que me abandone a un estado alto de Entropía. 
Perdí todo de vista, principio y fin. 
Causa y efecto. Bien y mal. 
En mi vejez prematura, me vi por encima de todo lo que era humano. 
Cualquier dilema moral se quedo en el pasado, se acabaron los problemas de variable resolución, mi vida se convirtió en un axioma per se.
Y sin una clara percepción del tiempo, eso podía significar que todo carecía ya de importancia, o que tal vez nada había sucedido aun. 
En mi letargo emocional me deje llevar a una vida vacía y superficial, 
de sustento cultural y crecimiento intelectual, 
abandonado ocasionalmente a la fogosidad de la colección de cuerpos calientes en habitaciones frias en noches silenciosas. 
Pues poco aportaban las palabras al sustento de la coreografía, a veces torpe, de dos o más cuerpos desnudos en la oscuridad de un cuarto. 
Viví deprisa, intentando estar siempre tres pasos por delante, queriendo llegar a toda costa, sin detenerme a contemplar el camino.
Conquistar la ultima frase de la ultima hoja del libro de mi vida, 
sin que la tinta de la primera frase aun se hubiese escrito. 

Dos décadas y media  de complacencia donde di por hecho mi propia vida. 
Si tuviese que ponerla por escrito, podria resumirla en una linea, nada. 

Cuando la conocí, supe que ni había amado, ni había traicionado, 
ni había perdido un amor, ni había luchado por otro. 
No sabia absolutamente nada.

Cuando el se fue, supe que nunca había llorado, ni sufrido, ni perdido. 
En 27 años no había conseguido nada. O tal vez lo había conseguido todo y debía volver a empezar.

Una vez leí acerca de la teoría del Big crunch
Según esta, cuando la expansión del universo produjera una determinada densidad, esta se colapsaría. 
Aunque esto nos llevaría a un nuevo Big bang, e inevitablemente a un Big crunch. 
Para ser esto posible, la destrucción y reinicio del universo deberían ser siempre distintas, creándose nuevas leyes físicas, y la Entropía se rebobinaría literalmentepues se cree que el tiempo avanzaría al revés

Así me sentía yo, 
la densidad de los acontecimientos de mi vida alcanzó una masa critica que hizo implosionar cada partícula de mi ser. 
Cada instante , cada recuerdo, se comprimía irrevocablemente hasta ser un todo y un nada, un pequeño embrión con el potencial de ser un millón de personas, en un millón de vidas.

Vivir hacia atrás es curioso. 

Conocer el amor al final, para experimentar el dolor de la muerte al inicio. 
Sentir como los huesos se encogen y pierden rigidez. 
Ver como las preocupaciones desaparecen dando lugar a la absoluta dicha de sonreír ante todo lo que nos rodea como un ingenuo bebe.
Ante el inminente renacer un sinfín de preguntas me invaden.
Pude tener un millón de vidas y elegí esta o me toco. ¿Hay alguna diferencia?
Cuando se vuelvan a tirar los dados, ¿importara eso algo?
¿Es más importante la física que la metafísica?

Al inicio, o al final, solo habrá una ley, la supervivencia, volveré a competir con un millón de embriones por nacer y tener un millón de posibilidades de ser alguien. 
Y al final, o al inicio, me volveré a preguntar que sentido habrá tenido.


Nada de nada había aprendido o conseguido, ¿Por que estaba entonces tan cansado? Sencillo, porque como todo niño que juega a algo que no entiende, ni conoce, 
se aburre.