martes, 19 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Octavo recuerdo.





El viaje a la cueva de no retorno había sido un éxito, Lurel se había enfrentado al Caballero de la dulce voz, para liberar al dragón.
Fue un combate muy duro, en el que se sintió desfallecer varias veces, pues el caballero era un diestro espadachín acostumbrado al fragor de la batalla. Lurel tan solo era una muchacha más, aunque con la fuerza de diez hombres y una gran determinación. Compensaba sus carencias técnicas con un gran coraje. En sus débiles brazos se escondía un arma secreta, una fuerza inexplicable que corría por sus venas cuando estas más la necesitaban.
Los vanos intentos del caballero se encontraban una y otra vez con una resistencia más allá de toda compresión.
Lurel sonreía provocante. El caballero de la dulce voz lanzo un horripilante grito que helaría la sangre de cualquiera. Los ojos ensangrentados, fuera de sus cuencas, la respiración agitada, el pecho taladrado por un constante repique del corazón, como un ave atrapada que quiere volar.
Le había llevado al limite, ahora la espada se le antojaba tan pesada, como la armadura, que parecía haber perdido su brillo.
La dulce voz se convirtió en una voz ronca, que desearía maldecir en todas las lenguas existentes con todas las palabras posibles, pero el orgullo era tan grande como el dolor producido por reprimirlas. El caballero de la dulce voz se arrodilló en el suelo derrotado. Lurel acabo con su vida rápidamente, apenas escucho su cuello partirse entre los inquietantes jadeos del caballero.
El dragón agradecido le entrego el arma para derrotar a su hermano. Algo que un día perdió y no se acordó de buscar.
El dragón le entrego la razón de Lureo guardada en un pequeño bote de cristal.

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