domingo, 17 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Sexto recuerdo.



El pozo de los cien días era un lugar especial. El tiempo no transcurría de manera natural. Un solo día allí era como pasar cien días en el exterior. 
Para mi desgracia Lurel tardó cuatro días en dar conmigo.
El pozo tenía una profundidad de unos seis metros, así que Gavel ató varias cuerdas entre sí hasta alcanzar la longitud adecuada.
Ataron un extremo a la cadera de Ecido, y este y Gavel sujetaron fuertemente la cuerda por ese extremo, mientras Lurel descendía hasta mi posición por el otro.
No le costo mucho alzarme, pues si ya de por mi era bastante menudito, 400 días ahí encerrado me habían convertido en un esqueleto andante, apenas había carne para cubrir las vergüenzas oseas de mi cuerpo.
Lurel trato de hacerme volver en mi, pero en cuanto recuperé el aliento la aparte bruscamente.
Una sed de sangre invadía todo mi ser. Huí en dirección al pueblo más cercano.
Como poseído por una rabia inmensa, ataqué y destruí todo cuanto encontré a mi paso.
Tomé en mis manos, sin que nadie pudiese impedírmelo, un recién nacido, parecía tan sabroso y yo tenia tanta hambre.
Ni siquiera escuche el sonido de su débil cuello al quebrarse en dos. La sangre recorrió todo mi cuerpo, reactivando toda la maquinaria.
Cuando recupere la consciencia el peso del neo nato le parecía una tonelada a mis brazos. De haber tenido un corazón vivo, latiría con violencia amenazando salirse de su sitio.
La culpa era un sentimiento tan fuerte que hacía tambalearse a mis piernas.
Las lagrimas borraron mi rostro, como el viento se lleva las hojas en otoño.
Lureo trato de arrebatármelas y fracaso, aunque se llevo una parte de mi que ya no volvería.
Cuando Lurel me encontró estaba deshecho en el suelo, en un mar de lágrimas. Se acerco por detrás y me apretó fuertemente contra su pecho.

-Tranquilo pequeño, ya estoy aquí.

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