sábado, 16 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Quinto recuerdo.


El hermano de Lurel, me producía una extraña sensación. Todo en el me recordaba a ella. Su mirada, sus movimientos, sus largas pausas al hablar.
Costaba imaginar como dos personas tan semejantes habían recorrido caminos tan dispares.
Mi presencia parecía entretenerle, al menos un rato, eso me garantizaba al menos un par de horas más de vida.
No recordaba todos los detalles de como había llegado a la cloaca en la que vivían el hermano de Lurel y sus secuaces. Tras una fuerte discusión con su hermana había abandonado la casa de Ecido, y me disponía a dar una vuelta para aclarar mis ideas.
El tema a discutir era lo de menos, fue la ira que sentí en sus reproches lo que más me dolió, por un motivo que yo sabía, sus dudas hacía mi habían ido en aumento y no había sabido hacerme cargo de la situación, hasta que lamentablemente ella explotó. Me fui antes de que la situación fuese irreversible.
Lureo, y cinco de sus hombres aguardaban a la puerta de nuestra casa. Ya estaban al tanto de nuestros periplos en el Imaginarium, y habían acudido a nosotros buscando zanjar el asunto de una vez por todas.
Tal vez me golpearon, o me durmieron con alguna extraña sustancia, lo que es cierto es que me dejaron inconsciente y me raptaron.
Desperté en una cloaca llena de conejos rabiosos con ojos encendidos de un color carmesí muy profundo. Hubiera preferido ratas.
Lureo no me hablaba directamente, simplemente lanzaba al aire todo tipo de conjeturas sobre su propia hermana. Desde su retorcida mente creía estar haciendo el bien en el Imaginarium y, para él, su hermana solo había venido a traer la destrucción al seguir alimentando el caos que regía sobre ese mundo mágico. Tras las tinieblas vendría el bien, y así se equilibraría la balanza, todos serían mostrados tal y como son, luz u oscuridad, y podrían vivir en un mundo en armonía.
A estas alturas, ya conocía bastante mejor ese mundo, y por lógico que pareciera en mi mundo, su pensamiento, aquí no podía estar más equivocado.
Este era un sitio mágico donde uno podía ser cualquiera, con la única condición de desearlo. Tigres que vuelan, vampiros que lloran, mariquitas gemelas, nada ni nadie te etiquetaba y te daba un único y fútil sentido a tu vida.
Solo sueña y serás.
No tenía muy claro que iba a hacer conmigo, puede que ni él lo supiese, fue a la casa buscando un enfrentamiento directo, no esperaba verse en esta situación.
Esa noche me senté junto a él a la mesa y me sirvió una jovencita entrada en carnes de sangre un poco agria.
Para su sorpresa durante todo el banquete no paré de llorar, como si llevara meses pelando cebollas.
Lureo sabía que los vampiros del Imaginarium lloraban, pero desconocía que los del otro mundo lo hicieran.
Ordenó a sus hombres que me encerrasen en el pozo de los 100 días.
Recuerdo cerrar los ojos al caer de bruces en ese pozo infecto y maloliente, y recuerdo que cuando los abrí de nuevo, tenía mucha hambre.
Un hambre voraz, como no había tenido nunca.

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