lunes, 18 de abril de 2011

IMAGINARIUM. Séptimo recuerdo.


A las pocas semanas de conocernos, a Lurel se le ocurrió que podíamos hacer un viaje.
Llevaba tiempo queriendo conocer el sur de Francia. Pasear a media noche por la Provenza, contemplar el mediterráneo con un vaso de sangre.
Nos alojamos en una pequeña casa de dos pisos, al sur de Antibes.
Fue lo más parecido a un hogar. Tras la cena nos sentábamos en el piso del salón, junto a la chimenea.
Allí prendíamos pequeñas ramas para mantener el fuego de la habitación.
Después embriagados por la conversación salíamos a pasear por el campo de espliego. Extraíamos la esencia liquida de la planta y la mezclábamos con la sangre, Lurel decía que le daba un sabor distinguido, aburguesado. Y se reía, llenando la habitación de vida con sus intermitentes carcajadas.
En todos los países en los que había estado, afirmaba no haber visto luna más redonda, ni noche más estrellada.
A menudo miraba las estrellas y se le tornaba el gesto. Su mirada se volvía más profunda, y parecía estar a años luz de allí. Me tomaba la mano con fuerza. Entrelazaba sus dedos entre los míos sin mirarme.
Esa noche fue la primera vez.
A veces siento como si me fuera a caer- dijo susurrando Lurel- Es como si toda la creación me atrapase y tirase fuerte de mi. Siempre creí que lo conseguiría, hasta que te conocí, sujetame con toda tus fuerzas, no dejes que me lleven. Alce la vista y me encontré de golpe con sus ojos violáceos.

-No te preocupes, seré tu ancla, nada podrá separarte
de mi mientras yo tenga brazos que tenderte.

Esa noche volvimos pronto a la casa. Nos acurrucamos junto la chimenea, y estuve dentro de ella y ella dentro de mí.
Nuestros cuerpos se fundieron en un ser , y ,de haberla tenido, nuestra alma se hubiera unido para siempre.


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