lunes, 16 de mayo de 2011

Reflejos

El alma descansa cuando echa sus lágrimas; y el dolor se satisface con su llanto.
Ovidio (43 AC-17) Poeta latino.



Sabía que en cuanto rompiese a llorar, no habría vuelta atrás. 
Los demonios abandonarían el confort del rincón de su mente, en el que creyó esconderlos, y le atormentarían ya hasta el último de sus días. 
Nunca se había considerado una persona especialmente dura, más bien era asustadiza y cobarde. Sin embargo, en el mismo instante que la vida, como siempre gusta de hacer cuando más vulnerables somos, le derribó todos los cimientos sobre los que había construido su futuro, un valor desconocido hasta entonces, para su sorpresa, inundó su cuerpo de una fuerza de contención sobrehumana.
Parecía como si todo el mal que hubiera en el mundo pudiera agitarlo en forma de violento tornado, y ser repelido sin mellar en él ni tan siquiera en forma de diminuta cicatriz.
Con sus sentimientos resguardados en una coraza invisible, salió a la calle, protegido contra las inclemencias del destino, como si la vida ya no le fuera en ello. 
No fue un viaje largo, y a diferencia de otros viajes, ni siquiera fue instructivo. 
Aunque si que realizó un hallazgo. 
Fue un acción extraña, sin ningún atributo digno de mención más allá del efecto causado, del sentimiento provocado. 
La imagen no es ajena al grueso de la población, un niño en una tarde de verano jugando a la peonza en el medio de la calle. 
El niño combina un exceso de fuerza en el lanzamiento con una errónea posición de la muñeca, como resultado la peonza sale en la dirección incorrecta, y muere bajo las ruedas de una Berlingo que en ese momento cruza la vía.
La mirada acuosa del niño tras la perdida del objeto tan querido, no le es tan extraña como quisiera.
Vuelve la vista al escaparate a su izquierda buscando en el  reflejo la fisura de su coraza. 
Siente con dolor como se le humedece la mejilla. 
En el cristal no encuentra su reflejo, sino el del mundo entero.
Cada vida herida por una pérdida se le muestra ante sí, como una herida abierta incapaz de ser cerrada. 
Las millones de almas se introducen en su interior mostrando todo el dolor de la creación.
Perdidas, abandonos, muertes prematuras, traiciones, todas y cada una de las armas forjadas en nuestro interior capaces de segar las almas y corazones de aquellos que se atreven a exponerlos.
Durante ese segundo que bien pudo ser una eternidad, entendió el sentido de la vida y sonrió.
Dejó que todas las lágrimas de los espectros reflejados brotaran desde su interior.
Lavó con su llanto los pesares del mundo, y aunque una vez que rompió a llorar ya fue incapaz de detenerse, nunca más sintió dolor.

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