lunes, 27 de junio de 2011

Caos


Es difícil arrebatar a un hombre todos sus sueños. 
Aunque no imposible. 
Mi mente no recuerda todos los detalles. 
Sólo la sensación de pesadez en el cuerpo. 
La respiración dificultosa, golpeándole el pecho. 
Primero, los temblores, después, los ataques de ansiedad.
Cómo había cambiado irremediablemente su vida. 
El rostro perfectamente ornamentado, con la más grande de las sonrisas. 
No confundir con una dentadura perfecta, en ese sentido el hacedor universal también se había vejado con sus dientes, otorgándole un diamante en polvo para un ortodoncista ambicioso. 
Sin embargo, la felicidad no era un estado reservado simplemente para los más agraciados físicamente. Es más, en otro tiempo, se atrevería a afirmar que el alcanzar todos los ideales que se había fijado, le habían conferido un halo de plena alegría.
Pero como todo en esta vida es caos, por más que nos engañemos en llamarlo causa y efecto. 
Es una mano caótica la que rige nuestras vidas.
Si una persona es feliz, y su vida es plena, diríamos que esa es la causa,pero, ¿Cómo el efecto puede ser la pérdida del trabajo que le hacía tan feliz?
Caos, puro y duro, derribando los cimientos de todo cuanto le era querido, sin lógica, sin sentido, pero claro, el caos no lo necesita.
Golpe tras golpe, el halo de felicidad fue derrocado y reemplazado por un alma pesumbrosa y desgastada, incapaz de luchar por todo en lo que creía.
Y eso, lo hizo muy infeliz. 
No recuerda cómo perdió el orden de su vida, pero sí recuerda la sensación.
La lleva grabada en el pecho, con el fuego de la desazón. Un joven envejecido por el devenir de los acontecimientos.
La garganta se le agarrota por el grito acallado entre sus imperfectos dientes.
No podría decir si su decisión fue racional, aunque en un mundo caótico, ¿quién podría?
Cuando llegó al ultimo piso, la altura no le parecia tan desorbitada, según se acortaba la distancia con el suelo, sintió de nuevo cómo el aire inundaba sus pulmones, con aire renovado.
Cuando cerró los ojos deseó que la próxima vida fuese mejor que ésta.

lunes, 13 de junio de 2011

¿Indignados?, no. Indignados es poco.


El código de barras le escocía en la nuca.
Durante los últimos tres siglos, a la edad de 9 años, todos los niños recibían su tatuaje. 
Un código cifrado único e irrepetible, que les brindaba la oportunidad de pasar a formar parte del Sistema.
Su padre lloró más que él, hace tres días, cuando se lo pusieron.
Ahora, a su pesar, ya formaba parte de un mundo consumido por las grandes empresas.
Eliminados los salarios, la protección del menor frente al trabajo, incluso las jubilaciones.
Antes se jugueteaba con la idea de la jubilación como si de una metáfora de la muerte se tratara.
En este tiempo la metáfora es real, un hombre no abandona su trabajo hasta que su vida le abandona a él.
Por tanto queda patente que la tasa de la mortalidad laboral tampoco es ya una preocupación en el siglo XXIV.
Al igual que la sanidad pública había desaparecido, la propiedad privada era exclusiva de los magnates de las grandes compañias.
Su padre lloró cuando lo marcaron. Era el último ilustrado de entre los clasificados, nombre que recibía la clase baja de esta sociedad, aludiendo al sello en forma de tatuaje que todos poseían en la nuca.
Los clasificados eran ignorantes por definición; la escuela pública también estaba extinta. Sin embargo su padre, miembro de una familia de magnates, había tenido acceso a una sólida educación.
Más de la que el Sistema hubiese gustado enseñarle.
No fue fácil para éste detectar a todos los profesores subversivos que, bajo el radar opresivo de los magnates, filtraban puntos negros de la historia, así como ideales filosóficos poco apropiados en un mundo reprimido por el poder.
Durante más de tres siglos, familias de maestros que transmitían sus enseñanzas de padres a hijos para que la verdad no fuera sepultada bajo la censura, educaban a aquellos miembros de la alta sociedad que, por sus excepcionales muestras de empatía, formaban parte de un perfil único y esperanzador para una futura revuelta.
Era un proceso laborioso y no eran optimistas, pues sería necesario ver pasar muchas generaciones hasta que la guerrilla fuese lo suficientemente grande como para enfrentarse al Sistema.
El 26 de mayo de 2367, en la denominada Revolución de las Tizas rotas, el ejército tomó una vez más las ciudades y exterminó una subversión iniciada por su propio padre.
El cual logró escapar con vida, aunque no tubo más remedio que refugiarse entre los clasificados, adoptando su modo de no vida. Marcado con su propio código.
La revolución fue, desde su punto de vista, consecuencia lógica de la cadena de acontecimientos que se produjeron.
Los maestros, que iniciaron la labor de adoctrinamiento tiempo atrás, nunca hubieran estado de acuerdo en llevarla a cabo tan pronto y con tan pocos efectivos.
Pero el número 3245671023124-86, su nombre se borró de la historia, no pudo soportar la verdad.
Cuando le abrieron los ojos a un mundo de corrupción política, de guerras en nombre de la paz con fines económicos, un lugar donde las mujeres morían mutiladas bajo la ira de sus ex-parejas, un sitio subyugado al poder de los bancos. Cuando conoció la verdad de un pueblo aletargado y dormido por la telebasura, resignado y vencido antes de presentar combate. Un pueblo que rechazaba veinte siglos de evolución, y bajo algunos lemas pesimistas, "es lo que hay" , "no se puede hacer nada", "nosotros qué podemos hacer", se habían rendido ante los poderosos y les habían entregado el control de sus vidas.
Precariedad laboral, impuestos ofensivos, aumento indecente de la separación de clases.
"Pobres tontos" pensaba, dormidos, derrotados, incapaces de alzar la voz y pedir lo que por derecho es suyo. Le ardió la sangre.
Cuando vió cómo una pequeña parte de la población se empezó a reunir harta de tanto atropello, cuando se reunieron en las plazas de las ciudades más importantes del mundo para exigir un mundo mejor, hizo sus ideales suyos.
Estos movimientos fueron decisivos en su historia reciente, el pueblo más soberano que nunca, se alzo por sus derechos y hubieran cambiado la sociedad tal y como se conocía, si los magnates, entonces presidentes de gobierno, directores de multinacionales y bancos, no se hubiesen reunido para enviar el ejército contra su propio pueblo.
Sin piedad, llovieron balas y las plazas se limpiaron con sangre.
Mujeres, niños, ancianos, el último y tal vez único momento de igualdad real, todos acribillados por sus ideales.
Si tan solo el ejército hubiese tardado un mes o dos más en actuar, otra historia hubiera sido escrita. Pero los pillaron por sorpresa, no estaban preparados para una guerra, aún no.
El hombre cuyo nombre se olvidó, creyó que podría cambiarlo todo, se equivocó.
Gasta hasta la última moneda de su inmensa fortuna en crear un ejército internacional de mercenarios con el que derrocar al Sistema. 
Fue un error que aún hoy lamenta, el Sistema era demasiado poderoso, para erradicarlo con un ejército exclusivamente.
Necesitaba despertar al pueblo, mucho más dormido que tres siglos antes.
Cuando le entregaron la notificación de que su hijo no había sobrevivido a su primera semana de trabajo, volvió a llorar.
Tan sólo era un niño de nueve años, su cuerpo todavía no estaba formado para soportar reiterados golpes en las costillas de manos de su capataz.
Cuando llegó a la enfermeria aún respiraba, pero una costilla le había perforado el pulmón, por lo que durante nueve horas sólo pudo llorar preguntando si su padre llegaría pronto.
No pararon la hemorragia a tiempo, nadie lo intentó, los clasificados no tenían ningún tipo de derecho médico.
Nacían y morían y a nadie más que ellos parecía importarle.
El sistema no tenía alma.
El padre, siempre consciente de su error, recordó cómo la primera revuelta popular se originó por un escritor de la extinta nación de Francia, Stéphane Hessel, que al grito de ¡Indignaos! recordó a los jóvenes los logros de la mitad del siglo XX en materia de Derechos humanos.
Tomó papel y boli, y con pulso firme y decisión escribió:
¿Indignados?, no. Indignados es poco.